Situada en el Valle del
Tena, el Balaitus o Pico Moros es una montaña que, cual faro
en el mar, atrae las miradas de los montañeros que transitan por los valles
cercanos que lo rodean. Su perfil recuerda al de una fortaleza medieval debido
a sus grandes paredes y aristas que, acompañados de pequeños glaciares que
persisten bajo ellas, contribuyen a dar un aspecto aún más inexpugnable. Esta
figura le valió que el famoso y pionero
pirineísta del siglo XIX, Henry Russel, lo apodara el Cervino Pirenaico tras su ascensión de
1864. Así mismo, también recibe el nombre de “la araña”, nombre que recibe debido a que, visto desde arriba,
recuerda vagamente a la forma de un arácnido, siendo sus patas las numerosas
aristas que bajan de su cumbre.
El Balaitus es una montaña con una rica historia que abarca 100 años
desde su primera ascensión (datada en 1825), hasta la resolución de los últimos
problemas que en ella se podían plantear (Cresta
del Diablo en 1927).
Su
primera ascensión fue llevada a cabo por dos geodésicos franceses que
estudiaban la divisoria entre Francia y España; pero curiosamente, esta
ascensión permaneció en el anonimato. Dicho acontecimiento fue desconocido
hasta el año 1864, año en que varios miembros del Alpine Club inglés, tras cuatro años de intentos, lograron hoyar su
cumbre creyendo que eran sus conquistadores. Cuál fue su sorpresa, cuando
descubrieron restos de una torreta de observación y piquetas de una tienda. No
fue, sino hasta el año 1898, en el que se descubrió la ruta que los pioneros
galos habían usado para su ascensión, ubicada al norte de la ruta de las
chimeneas del glaciar de Néous
(Francia).
El
macizo del Balaitus es el primero por
occidente que rebasa la cota de los tresmil metros. Entre los tresmiles que lo
conforman, se encuentran los considerados más difíciles de cara a su ascensión:
la Torre de Costerillou y la Aguja Cardier. Pero sobre todo, lo que
más llama la atención, es su aspecto alpino. Fotografiado desde diferentes
ángulos, el macizo podría pasar por ser uno más de Los Alpes.
Entre
los tresmiles principales del Pirineo, y según las guías y revistas
consultadas, el Balitus es posiblemente el que más dificultades objetivas
presenta por sus vías consideradas como ”normales”.
Es una de las montañas más complejas de toda la cadena; un nudo de aristas con
brechas de difícil acceso y pequeños glaciares, quedando toda ascensión lejos
de una simple excursión.
La
anterior descripción puede dar una pequeña idea de por qué, no siendo una de
las mayores alturas de los tresmiles del Pirineo, es una de las más codiciadas
cumbres.
Si
soñar es gratis, y hacerlo con montañas un placer, el Balaitus empezó a ocupar horas de mi vida. Como si de un puerto del
lejano oriente se tratase, empecé a leer sobre él. Múltiples picos del macizo
cobraron nombres, innumerables rutas tomaron forma alrededor de sus vecinos
menores; e increíbles momentos pasé, contemplando su figura, cortando el
horizonte, desde picos que me había descubierto por su iniciática visión.
Un
sentimiento dual siempre tuve presente, como denominador común ante las
diversas visiones que de su figura tuve desde otras cumbres: la esperanza y el
deseo de que algún día estaría preparado tanto física, como mentalmente, para
plantearme su ascensión. Su figura, su cima, su leyenda y poder visual,
atrapaban mi espíritu, cual cantos de sirenas a Ulises, una y otra vez. Y es
que “El anhelo humano no conoce límites
ni meta duradera (Herman Buhl)”.
Si bien Lao Tse dijo “un viaje de mil millas empieza con un
paso”, fieles a otro estilo, el viaje que nos ocupa empezó hablando de
montañas alrededor de unas cervezas en el refugio de Respomuso.
Tras
la ascensión de los Frondiellas de
este pasado mayo, donde habíamos tenido un palco de excepción ante el Balaitus (ver anterior entrada del blog); estuve hablando con David de mi
idea de intentar subirlo en verano. Esa primigenia idea, incluía subir con
otros amigos con los que había hablado del pico, estando David de acuerdo en
unirse para subirlo. Así, acordamos intentarlo en verano. Llegaron las fechas
propuestas, y fue imposible cuadrar las agendas, así que tuvimos que aplazar la
salida, para la que definitivamente solo quedamos David y yo.
Nuestro
“crimen perfecto” consistiría en una
salida de 2 jornadas, en la que el primer día, saliendo desde Logroño, lo
dedicaríamos a llegar al refugio a mediodía para comer algo y aprovechar la
tarde en ascender el Llena Cantal
(2.956 m). El día siguiente, el plan consistiría en ascender el Balaitus por la ruta de la Brecha Latour, que parte desde el
refugio, y bajar por la ruta de la Gran
Diagonal que, a través de la bajada de los Lagos de Arriel por el barranco de mismo nombre, nos llevaría al
camino de vuelta del coche.
Sobre el papel todo era
perfecto: el día que tanto había esperado iba a llegar, ya no había duda a
cerca de ello. Pero pese a haber estado física y mentalmente muy bien a lo
largo del año, el verano con su trabajo de
retiro ermitaño en el monte, así como el hecho de acarrear unas
molestias físicas, trajeron dudas, preocupaciones y una cierta sensación de
inseguridad. A este estado anímico, se unía la envergadura que para mi persona
suponía el Balaitus: la presión
psicológica que, tras años de lecturas, se había apuntalado en mi cabeza ante
tan magna empresa.
Nunca he sido una persona
hábil para los deportes (siempre me tocó el destierro de ser portero por
descarte), y mucho menos para la escalada. Con todo esto, afrontar esta
ascensión, suponía ya antes de todo, un reto ante mis miedos y dudas, un examen
para mi autoconfianza, en resumen: una prueba de la verdad para mis capacidades
y deseos.
Así con todo, pese a la
carga emocional que suponía la “mochila”
del circunstancial contable balance personal, me concedí la oportunidad; y
dejando paso a esta pasión que cautiva el alma, partí hacia esa montaña sobre
la que tantas historias se han escrito y tantas leyendas se han forjado.
Si
como dijo Bonatti: “Cada uno de nosotros es el resultado de lo
que ha sido y de lo que ha vivido. Es su patrimonio”, yo quería que esta
montaña formase parte de mi vida, de mi patrimonio, ya fuese en un sentido
positivo o negativo. Porque en la búsqueda personal que supone el montañismo,
todas las sensaciones suman e integran nuestra personalidad e historia,
independientemente del signo. Así, si como la duda es el principio del
conocimiento, el fracaso es parte indispensable del éxito. Porque “la ruta te lleva no sólo hacia la cima de la
montaña, sino a descubrirte a ti mismo”, y ese descubrimiento, la
redefinición del ser que conlleva, es el mayor y más grande de los tesoros
individuales que podemos alcanzar a descubrir.
Tras
recorrer el bien marcado sendero que recorre el valle y haber cruzado las
señales de desvío de “los lagos de
Arriel”, por los que al día siguiente tendríamos que bajar; divisamos la
primera fugaz imagen de La Gran Facha,
hito que nos indica estamos llegando a las inmediaciones del embalse de Repomuso.
Llegados
al refugio, donde comimos unas frugales barritas y algo de fruta, emprendimos
nuestra marcha hacia el Llena Cantal, no sin antes descargar de peso
innecesario nuestras mochilas.
Como
la ruta de subida a este pico ya está relatada en una anterior entrada,
procederé únicamente a subir y comentar alguna foto. La belleza de este pico lo
hace, cuando menos, imprescindible este apunte.
En la subida, el primer regalo con el que se nos
deleita, es el Ibón que lleva el mismo nombre del pico bajo cuya sombra reposa.
Al fondo, los picos de Piedrafita, Gaurier y Punta Zarra, quedando a la izquierda la
pirámide del Pico Campo Plano.
Este año, subimos por la ruta que señalan los hitos y que va dejando a
la izquierda la arista. Cabe decir, que se veían mejor que el año anterior y
que el camino discurría por terreno “más
sencillo”.
Imagen de la subida con la estampa del paredón de la cara Norte del Tebarray y el escondido Ibón Superior del Llena Cantal a la izquierda.
Imagen de la subida con la estampa del paredón de la cara Norte del Tebarray y el escondido Ibón Superior del Llena Cantal a la izquierda.
Y
la cima. Tan impresionante y solitaria como la recordaba del año anterior.
Mirador excepcional hacia viejos conocidos: los Frondiellas y el Cristales
(ver entrada Primavera en el Valle de
Tena II), hacia sus respectivos e impresionantes cresteríos, y cómo no,
hacia el Balaitús.
En este caso una imagen y
dos deseos diferentes: al fondo los Infiernos,
de los que ya poco me queda contar; y en el primer plano el cresterío del Piedrafita. Este último, es un pico del
que pocas referencias he encontrado, poco transitado y uno de esos que por no
llegar a 3.000 metros de altura (aunque los ronde con sus 2.959) es ignorado.
Es por esta razón por la que le guardo un sitio en el rincón de las rutas
pendientes de este valle.
Esta imagen, pese a ser
de poca calidad, es muy especial en lo personal: recoge el primer pico que
intenté en Pirineos (los Infiernos), con el primer compañero con el que viajé a
los mismos. Unos cuantos años han pasado y muchas cosas han cambiado desde
aquella lejana primera vez, pero sin embargo nuestra amistad ha permanecido
constante. Además, el
año pasado estuve sólo en la cumbre, sin poder compartir dicho momento con
nadie, y poder hacerlo un año después con David, también tenía su importancia y
significación.
Las
Puntas del Pecico, situadas en las
inmediaciones de La Gran Facha.
El día tocaba a su fin, y lo que debiera haber sido una jornada de aproximación y calentamiento, se había convertido en una magnífica jornada de montaña que ya de por sí hubiera justificado el viaje; pero ambos sabíamos, que esto era solamente el calentamiento para la jornada que estaba por venir al día siguiente. Así que, como premio a las cosas bien hechas y al haber subido peso extra en comida en nuestras mochilas, procedimos a dar cuenta en una copiosa cena que nos hizo ser la envidia del resto del refugio.
Tras
una noche toledana; en la que por mi mente pasó todo el catálogo de prácticas de
tormento de la Inquisición, con el inquilino de la litera de abajo como
protagonista; toco levantarse y afrontar el día que tanto había anhelado, el
día que subiría (eso esperaba) al Balaitús.
El camino no tiene pérdida, ya que a la salida del
refugio, un cartel indica la dirección hacia el Balaitus.
La ruta comienza con fuerte pendiente subiendo por
el barranco de Respomuso y siguiendo
hitos de piedra por tramos de claro sendero. El camino, que siempre es pendiente arriba, no da
nunca un respiro en llano a las piernas.
A medida que se va ganando altura, va apareciendo ante nosotros la muralla que forma la Cresta del Diablo, con su afilado filo cortando el horizonte.
Mientras, el espectáculo
que se mostraba ante nuestras espaldas tampoco era digno de desmerecerse.
A
una altura aproximada de 2.470 m, aparece el desvío que indica la subida a los
Frondiellas, con una flecha indica el giro hacia el oeste para pasar bajo la
arista Le Bondidier y enfilar al
Norte, penetrando de este modo en la llamada Combe Vallon (ver entrada Primavera
en el Valle de Tena II). Pero nosotros, esta vez debíamos seguir rectos el
sendero que se dirige a la Brecha de
Latour.
Conforme vamos subiendo, va quedando a la derecha la impresionante Cresta del Diablo.
Entre la Cresta del Diablo y el Balaitús, se encuentra otra de las
crestas más impresionantes del Pirineo, La
Cresta de Costerillou. Entre las agujas de esta arista, hay dos tresmiles siendo
uno de ellos (según referencias) uno de los más difíciles técnicamente de todos
los del Pirineo: La Torre de Costerillou.
Adentrarse
en este espectacular paraíso de roca, es penetrar en un mundo único donde el
rostro es poseído por una amplia sonrisa, donde el espíritu permanece mudo e
inmóvil ante la solemnidad de las agujas y torres que nos rodean, ante la
salvaje belleza pura e ilimitada de la montaña. Una sensación de humildad e
irreversible temporalidad del egocéntrico yo humano, recorre el cuerpo de pies
a cabeza.
Una vez más, tomamos
conciencia de que la vida es un estado limitado de permanencia en este mundo;
de que es un regalo que debe ser exprimido con la alegría y felicidad que
merece.
Que si la vida es sueño,
o se compone de ellos; no debemos pues renunciar a perseguirlos, porque si lo
hiciésemos nos negaríamos a nosotros mismo poder escribir nuestra propia vida,
nuestro propio camino.
Porque vivir significa ser libre, elegir tu camino,
asumir tus errores, arriesgar ante la duda
siguiendo a lo que tu corazón te pide y dice. Escoger ser el único “yo”
que va a haber en la historia y tomar conciencia, de que tu vida únicamente la
vas a vivir tu, aunque en estos días las sendas de conducta estén marcadas e
instrumentalizadas, y ser auténtico no sea lo “normal”.
Una
vista atrás nos muestra el mirador inverso al que tuvimos el día anterior: el Llena Cantal, el Piedrafita, los Infiernos,
el Garmo Negro...
Seguimos
subiendo hasta que llegamos a las inmediaciones de la Brecha Latour. Ya es visible a la izquierda la Aguja Cadier (3.022 m), de la que ayer vimos referencias y
explicaciones para su subida en el refugio.
Un
flanqueo nos permite ver el murallón que baja del Balaitús y que se une a la Aguja
Cadier y a los Frondiellas.
Y por fin apareció ante mis ojos: la Brecha Latour
y el pequeño glaciar bajo ella.
Por
fin estaba ante el paso del que tanto había leído, que tantos momentos de
lectura atesoraba. Se caía ante mis ojos ese halo de misterio y curiosidad, que
el anhelo y la recreación habían creado en mi mente.
Quizás sea cierto aquello de que “El alpinismo es un amor que empieza por el
sueño”.
Pese a ser verano, el hecho de que fuese un día
entre semana hacía que en esta ruta, de la que tenía referencias de muy transitada,
estuviésemos tan poca gente que permitía disfrutar de las vistas y pasos como
si sólo nosotros estuviésemos.
Descansando en la base de la brecha, nos juntamos
con un pequeño grupo. Alguno de sus miembros dudaba de subir por el viento,
otros ya lo habían subido o no querían y uno sí quería subir. Así que Angel, el
chico que sí quería subir, se unió a nosotros dos para ir al pico.
Cabe señalar que en aquellos momentos, y ante el
sobrecogimiento que me provocó la visión de la brecha, y más que nada, las
dudas acerca de mi, me planteé qué hacer... ¿seguir? ¿darme media vuelta? Y si
me daba la vuelta... ¿qué le iba a decir a David? ¿cómo se iba a sentir?
Finalmente, quizás debí pensar en aquella frase de Friedrich Schiller que leí hace tiempo:
“Aquello que se desdeña en un instante no
vuelve a presentarse en toda una eternidad”. O puede, que simplemente
confiase en mí, y aparcase mis lastres y dudas, concediéndome la oportunidad de
hacer realidad lo que un día me atreví a soñar; afrontando eso sí, la
incertidumbre del resultado, de si estaría a la altura de la ruta y, lo que es
más importante, a la altura de la confianza de mis compañeros, especialmente de
David. Recalco esto último, porque haciendo mías las palabras del francés Patrick Gabarrou: “Únicamente quiero vivir la montaña
compartiéndola con los amigos que amo, para compartir la belleza del mundo, el
esfuerzo, una voluntad común”.
Dicho esto comenzamos la ascensión de la brecha.
Para superar el primer tramo de la brecha, hay que hacer varias trepadas de II-III grado (según referencias) para pasar unos tramos con grandes bloques de piedra. Hay puestas unas cuerdas a lo largo de toda la chimenea, pero no se encuentran en muy buen estado, por lo que más que nada se pueden usar como apoyo. Así mismo, hay que tener mucho cuidado con las piedras que caen, algo que el pobre David comprobó al intentar ayudarme en un paso.
Selfie coñero de: “¿y
yo qué coño hago aquí?” o de “ay como
me viese mi madre...”
Después de esas trepadas, por debajo del famoso
gran bloque empotrado que queda arriba, se llega a la zona de clavijas. Las
primeras están muy altas y no se llega bien, ya están colocadas para el
invierno cuando la nieve cubre la brecha. Trepando unos metros más, ya se
alcanzan las clavijas cómodamente, y apoyándote en ellas se llega al final de
la brecha.
De las clavijas, a la salida final, no hice fotos,
ya que la tensión, la concentración y las ganas de salir a la arista cimera eran
superiores a las ganas de fotografiar el paso.
A nuestros pies veíamos el glaciar de la brecha.
Así como el desnivel salvado.
Pero lo más cautivador era mirar hacia el despejado
horizonte que nos quedaba al oeste. Desde un mirador excepcional teníamos ante
nosotros el Arriel, un poco más atrás
el Midi, el Pico Palas, el Anayet... Una
infinidad de picos que veía por primera vez desde esta perspectiva, y un sin
fin de sueños que se abrían ante nosotros. Porque como dejó escrito Miriam García, “que nunca falte una
montaña en tus sueños”
Atrás quedaba el cresterío de los Aguja Cadier y a los Frondiellas, desde el cual habíamos visto la cumbre esa misma primavera.
Llegados a este punto y ya sorteada la máxima
dificultad, solo nos restaba recorrer el tramo de descompuesta arista que nos
separaba de la ya tan cercana cima.
El terreno se recorría sin dificultad pese a tener que
hacer algunas pequeñas trepadas.
Pasadas las trepadas de la arista, se llega al
tramo final donde ya se observa el trípode instalado en la cima.
Fue en este punto donde los pensamientos y
sensaciones fueron más intensos; más nostálgicos; más emotivos. La
contemplación del final de un largo camino con el que llevaba soñando largos
años; el fin de un bonito proyecto que me había hecho ocupar largas horas de
lectura, contemplación y anhelos. El punto final de un viaje que me había hecho
descubrir increíbles puertos previos.
La contemplación del trípode, y de mis compañeros
ya en él, me hizo reflexionar sobre lo que habían supuesto estos años de
esfuerzos, de preparación y ensoñación en las montañas. Como me han
transformado; me han hecho crecer como ser humano; me han descubierto una
realidad y posibilidades de mi yo que
desconocía.
Por un breve momento pasaron por mi cabeza todo lo
que he visto, aprendido y olvidado en las montañas; todos los amigos con los
que, de una u otra forma, he compartido los pequeños momentos de eternidad que
la pasión por esta bendita locura nos brinda. En resumen, todo aquello que forma un
cúmulo de experiencias inolvidables, esenciales que consiguen dar un poco de
sentido a la vida.
Y así, viendo a mis compañeros ya en la cumbre,
decidí ralentizar el paso. Un intento de saborear los momentos finales, intentando
hacerlos largos como los días y años,
que había pasado recreando el momento que estaba viviendo.
Y por fin, la línea del horizonte apareció ante mis
ojos, como si llegase a la última frontera antes del más allá, a la antesala
del cielo en la Tierra.
Un trípode con unos banderines de oración tibetanos
indicaban que ese era el punto, acababa de llegar al Balaitus.
“Libérame cumbre de pensar que llegué a lo más alto” (Banira Giri)
Desconozco lo que sintieron los dos geodésicos franceses muchos años
atrás, al llegar a este punto. Lo que sí puedo imaginar es la alegría infinita
que, con seguridad, les llenó el alma. Porque, por encima de cualquier cosa, “lo más deseado de buscar allá arriba, no es
el orgullo ni la gloria, sino la belleza y la alegría”.
Contemplando el salvaje y maravilloso paisaje de cumbres
que nos rodeaba, no había nada que pudiese decir. Una amplia sonrisa irradiaba
mi cara, inmóvil ante la belleza
infinita y pura que me rodeaba. Quedé transparente, desnudo ante la sensación
de humildad que me provocaba ver el mundo desde esta posición. Aceptar nuestra
temporalidad con la inocencia y sencillez que hace al ser humano capaz de dar
lo mejor de sí mismo. Ver en definitiva, que el ser humano no es ni de lejos el
centro de la creación.
“El Sentimiento de la Montaña, junto al amor y
la amistad, es lo más enriquecedor que nos puede suceder en la vida” (Sebastián
Álvaro).
Como siempre, en el recuerdo estuvieron muchos amigos, así
como Anabel, con los que me hubiese gustado compartir estos momentos.
La montaña, ha cruzado en mi vida muchas almas
nobles con las que merece la pena compartir caminos vitales, siempre llenos de
alegría y esfuerzo compartido. Quizás por ello, siempre que subo a algún pico, deje
un hueco vacío en el corazón en memoria y recuerdo de ellos.
En recuerdo de la ascensión hecha y los esfuerzos
compartidos, nos sacamos una foto de recuerdo con Angel. Esta cumbre nos unió a
los tres en una misma voluntad, en un mismo anhelo compartido. No le conocíamos
de antes, pero los tres compartíamos un mismo credo: la pasión por la montaña.
En la cumbre el viento soplaba con mucha fuerza. Parecía
como si Eolo, dios griego del viento, castigara nuestra osadía de pisar la cumbre
mandando a sus hijos Céfiro (viento del oeste) y Euro (viento del este), a
ahuyentarnos.
No estuvimos mucho tiempo disfrutando de la cumbre,
por lo que después de una foto que atestiguara la fuerza del viento, procedimos
a emprender la bajada.
La bajada la haríamos por la Gran Diagonal, el
camino más sencillo para subir a la cima en verano aunque muy peligroso en invierno.
Desde la cima, se caminan unos metros por la arista norte, para
coger una chimenea que desciende a mano
izquierda.
Bajamos por la chimenea, con algún paso de II+
hasta la Gran Diagonal propiamente dicha, una repisa que desciende por
la cara oeste del Balaitus desde territorio francés hasta la parte española.
La Gran Diagonal está señalizada con hitos y no
presenta dificultad, salvo ser muy aérea y por la exposición a la caída de
piedras. En la parte alta discurre por una cornisa amplia con algún tramo más estrecho.
Aunque la roca está muy suelta, lo cual hace que el
camino sea un tanto penoso, y se baja sin problema. Hay que señalar, que el
camino está señalado con hitos.
Al bajar, el camino se ensancha para acabar en una bajada
final empinada hasta la cueva-abrigo André Michaud, una cueva convertida
en refugio con capacidad para 6-8 personas. Este punto, señala el final de la
Gran Diagonal.
Desde la cueva seguimos el sendero que desciende
por el Ibón Chelau o Helado (según referencia). Durante el camino de bajada, tenemos unas magníficas vistas del recorrido hecho por esta
vertiente del Balaitus.
Durante
este trayecto se disfruta de una maravillosa vista del exiguo glaciar de los
Frondiellas, situado en su cara Norte.
Del Ibón Chelau o Helado, tomaremos el
sendero que se dirige hasta los Ibones de Arriel, dejando ya nuestras
espaldas el recuerdo del Balaitus.
Cuando llegamos al Ibón de Arriel Alto seguimos por la izquierda, bordeándolo y siguiendo hitos. Poco a poco el sendero se hace más evidente y se acaba rodeando el Ibón de Arriel Bajo.
Durante este trayecto, el imponente Pico Arriel domina todas las posibles visuales. Cual sirena en el mar, su llamada nos cautiva y atrapa, pero ese encantamiento quedará pendiente para otra ocasión y será otra historia.
En el Ibón
de Arriel Bajo, se divide el sendero. Por la izquierda, el sendero bordea
los picos de Frondella para regresar al refugio de Respomuso. Por la derecha,
bajando por del barranco de Arriel, el sendero enlaza con el GR-11 para
volver al embalse de la Sarra.
Esa última opción fue la que elegimos para volver al punto de inicio del día anterior y poner punto final a la historia.
De
nuevo en el valle del río Aguas Limpias.
Y
así, recorriendo de nuevo el valle y con unas cervezas al llegar a la Sarra, concluyo
la historia del Balaitus.
De
vuelta a casa, reflexioné mucho sobre el vacio que dejaba el hecho de
haber realizado esta ascensión. Había
logrado poner fin a un largo viaje, a un camino de años. Pero como si de Itaca se tratase, me sentía enriquecido más por cuanto había ganado durante el
camino que por la cumbre en sí. Por encima de todo, en ese momento, lo único que me preocupaba era si encontraría otro Balaitus, otra Ítaca hacia la que
emprender viaje.
Viendo
desparecer por el espejo retrovisor las montañas del Pirineo, pasó por mi
memoria una frase de Sebastián Álvaro.
Palabras que me sacaron de dudas, ya que resumen el ideario que un día, me
llevo a intentar cumplir viejos sueños que cambiaron para siempre mi vida:
“Las
pasiones se mueven en el ámbito del espíritu, de los deseos imposibles, es
decir, de aquellos que estamos obligados a perseguir mientras vivamos“.