Quien ha escuchado alguna vez la voz de las montañas nunca la podrá olvidar (Proverbio Tibetano)

jueves, 10 de diciembre de 2015

UN LARGO CAMINO SOÑADO: EL BALAITUS

Situada en el Valle del Tena, el Balaitus o Pico Moros es una montaña que, cual faro en el mar, atrae las miradas de los montañeros que transitan por los valles cercanos que lo rodean. Su perfil recuerda al de una fortaleza medieval debido a sus grandes paredes y aristas que, acompañados de pequeños glaciares que persisten bajo ellas, contribuyen a dar un aspecto aún más inexpugnable. Esta figura le valió que el famoso y pionero  pirineísta del siglo XIX, Henry Russel, lo apodara el Cervino Pirenaico tras su ascensión de 1864. Así mismo, también recibe el nombre de “la araña”, nombre que recibe debido a que, visto desde arriba, recuerda vagamente a la forma de un arácnido, siendo sus patas las numerosas aristas que bajan de su cumbre.


El Balaitus es una montaña con una rica historia que abarca 100 años desde su primera ascensión (datada en 1825), hasta la resolución de los últimos problemas que en ella se podían plantear (Cresta del Diablo en 1927).
Su primera ascensión fue llevada a cabo por dos geodésicos franceses que estudiaban la divisoria entre Francia y España; pero curiosamente, esta ascensión permaneció en el anonimato. Dicho acontecimiento fue desconocido hasta el año 1864, año en que varios miembros del Alpine Club inglés, tras cuatro años de intentos, lograron hoyar su cumbre creyendo que eran sus conquistadores. Cuál fue su sorpresa, cuando descubrieron restos de una torreta de observación y piquetas de una tienda. No fue, sino hasta el año 1898, en el que se descubrió la ruta que los pioneros galos habían usado para su ascensión, ubicada al norte de la ruta de las chimeneas del glaciar de Néous (Francia).

El macizo del Balaitus es el primero por occidente que rebasa la cota de los tresmil metros. Entre los tresmiles que lo conforman, se encuentran los considerados más difíciles de cara a su ascensión: la Torre de Costerillou y la Aguja Cardier. Pero sobre todo, lo que más llama la atención, es su aspecto alpino. Fotografiado desde diferentes ángulos, el macizo podría pasar por ser uno más de Los Alpes.

Entre los tresmiles principales del Pirineo, y según las guías y revistas consultadas, el Balitus es posiblemente el que más dificultades objetivas presenta por sus vías consideradas como ”normales”. Es una de las montañas más complejas de toda la cadena; un nudo de aristas con brechas de difícil acceso y pequeños glaciares, quedando toda ascensión lejos de una simple excursión.

La anterior descripción puede dar una pequeña idea de por qué, no siendo una de las mayores alturas de los tresmiles del Pirineo, es una de las más codiciadas cumbres.

Como siempre ocurre en las ascensiones sobre las que últimamente escribo, el Balaitus llevaba presente en mi cabeza desde hacia bastantes años. La primera vez que lo vi, fue en el año 2009 realizando una de las etapas del GR-11 “Transpirenaica”. A parte de su incuestionable belleza, me marcó el comentario que me hicieron sobre que “no había ruta fácil para su ascensión”, al menos para mí por aquellos años.


Si soñar es gratis, y hacerlo con montañas un placer, el Balaitus empezó a ocupar horas de mi vida. Como si de un puerto del lejano oriente se tratase, empecé a leer sobre él. Múltiples picos del macizo cobraron nombres, innumerables rutas tomaron forma alrededor de sus vecinos menores; e increíbles momentos pasé, contemplando su figura, cortando el horizonte, desde picos que me había descubierto por su iniciática visión.

Un sentimiento dual siempre tuve presente, como denominador común ante las diversas visiones que de su figura tuve desde otras cumbres: la esperanza y el deseo de que algún día estaría preparado tanto física, como mentalmente, para plantearme su ascensión. Su figura, su cima, su leyenda y poder visual, atrapaban mi espíritu, cual cantos de sirenas a Ulises, una y otra vez. Y es que “El anhelo humano no conoce límites ni meta duradera (Herman Buhl)”.

Si bien Lao Tse dijo “un viaje de mil millas empieza con un paso”, fieles a otro estilo, el viaje que nos ocupa empezó hablando de montañas alrededor de unas cervezas en el refugio de Respomuso.
Tras la ascensión de los Frondiellas de este pasado mayo, donde habíamos tenido un palco de excepción ante el Balaitus (ver anterior entrada del blog); estuve hablando con David de mi idea de intentar subirlo en verano. Esa primigenia idea, incluía subir con otros amigos con los que había hablado del pico, estando David de acuerdo en unirse para subirlo. Así, acordamos intentarlo en verano. Llegaron las fechas propuestas, y fue imposible cuadrar las agendas, así que tuvimos que aplazar la salida, para la que definitivamente solo quedamos David y yo.

Nuestro “crimen perfecto” consistiría en una salida de 2 jornadas, en la que el primer día, saliendo desde Logroño, lo dedicaríamos a llegar al refugio a mediodía para comer algo y aprovechar la tarde en ascender el Llena Cantal (2.956 m). El día siguiente, el plan consistiría en ascender el Balaitus por la ruta de la Brecha Latour, que parte desde el refugio, y bajar por la ruta de la Gran Diagonal que, a través de la bajada de los Lagos de Arriel por el barranco de mismo nombre, nos llevaría al camino de vuelta del coche.

Sobre el papel todo era perfecto: el día que tanto había esperado iba a llegar, ya no había duda a cerca de ello. Pero pese a haber estado física y mentalmente muy bien a lo largo del año, el verano con su trabajo de  retiro ermitaño en el monte, así como el hecho de acarrear unas molestias físicas, trajeron dudas, preocupaciones y una cierta sensación de inseguridad. A este estado anímico, se unía la envergadura que para mi persona suponía el Balaitus: la presión psicológica que, tras años de lecturas, se había apuntalado en mi cabeza ante tan magna empresa.
Nunca he sido una persona hábil para los deportes (siempre me tocó el destierro de ser portero por descarte), y mucho menos para la escalada. Con todo esto, afrontar esta ascensión, suponía ya antes de todo, un reto ante mis miedos y dudas, un examen para mi autoconfianza, en resumen: una prueba de la verdad para mis capacidades y deseos.
Así con todo, pese a la carga emocional que suponía la “mochila” del circunstancial contable balance personal, me concedí la oportunidad; y dejando paso a esta pasión que cautiva el alma, partí hacia esa montaña sobre la que tantas historias se han escrito y tantas leyendas se han forjado.
Si como dijo Bonatti:Cada uno de nosotros es el resultado de lo que ha sido y de lo que ha vivido. Es su patrimonio”, yo quería que esta montaña formase parte de mi vida, de mi patrimonio, ya fuese en un sentido positivo o negativo. Porque en la búsqueda personal que supone el montañismo, todas las sensaciones suman e integran nuestra personalidad e historia, independientemente del signo. Así, si como la duda es el principio del conocimiento, el fracaso es parte indispensable del éxito. Porque “la ruta te lleva no sólo hacia la cima de la montaña, sino a descubrirte a ti mismo”, y ese descubrimiento, la redefinición del ser que conlleva, es el mayor y más grande de los tesoros individuales que podemos alcanzar a descubrir.

Como creo que he comentado en alguna entrada anterior (o es algo que quizás piense en voz alta), hay lugares y caminos que, por muchas veces que visite, no pierden ni el encanto ni el embrujo con que cautivaron mi mirada la primera vez que los contemplé. Uno de esos casos es el valle del río Aguas Limpias. Evocador de la ilusión de la primera vez; atesorador de belleza que acompaña al montañeros en su recorrido; valle con terribles cicatrices de la fuerza de la naturaleza en sus laderas; testigo inmutable de numerosas jornadas de resultados dispares; puente entre el mundo de los hombres y el reino más cercano a los dioses. Y este fue, de nuevo, el escenario donde comenzaba la ruta; escenario que mitigaría el peso de nuestras cargadas mochilas.


Tras recorrer el bien marcado sendero que recorre el valle y haber cruzado las señales de desvío de “los lagos de Arriel”, por los que al día siguiente tendríamos que bajar; divisamos la primera fugaz imagen de La Gran Facha, hito que nos indica estamos llegando a las inmediaciones del embalse de Repomuso.

Respomuso: lugar de ensueño enclavado en el circo de Piedrafita, cuya línea de horizonte es cortada por una cadena de pirámides que comienza en el pico de La Gran Facha y termina en el de Tebarray; es el lugar donde se asienta el refugio de mismo nombre donde pernoctaremos.  




Llegados al refugio, donde comimos unas frugales barritas y algo de fruta, emprendimos nuestra marcha hacia el Llena Cantal, no sin antes descargar de peso innecesario nuestras mochilas.

Como la ruta de subida a este pico ya está relatada en una anterior entrada, procederé únicamente a subir y comentar alguna foto. La belleza de este pico lo hace, cuando menos, imprescindible este apunte.

En la subida, el primer regalo con el que se nos deleita, es el Ibón que lleva el mismo nombre del pico bajo cuya sombra reposa.


Al fondo, los picos de Piedrafita, Gaurier y Punta Zarra, quedando a la izquierda la pirámide del Pico Campo Plano.


Ya metidos en la subida, con un escenario imponente a nuestras espaldas: el Tebarray (ver entrada Primavera en el Valle de Tena I), el cresterío del Piedrafita y al fondo los Infiernos, mi eterno y siempre malogrado proyecto que algún día terminaré con buen fin.



Este año, subimos por la ruta que señalan los hitos y que va dejando a la izquierda la arista. Cabe decir, que se veían mejor que el año anterior y que el camino discurría por terreno “más sencillo”. 
Imagen de la subida con  la estampa del paredón de la cara Norte del Tebarray y el escondido Ibón Superior del Llena Cantal a la izquierda.


Y la cima. Tan impresionante y solitaria como la recordaba del año anterior. Mirador excepcional hacia viejos conocidos: los Frondiellas y el Cristales (ver entrada Primavera en el Valle de Tena II), hacia sus respectivos e impresionantes cresteríos, y cómo no, hacia el Balaitús.

Momentos duales: el mismo pico que el año pasado, aunque distintos sentimientos en la mirada que se enfrentaba a su silueta. Este año aparecían nuevas inquietudes y sensaciones que procedía del saber, que al día siguiente, nuestros esfuerzos y pasos nos dirigirían a él. Cual canto de sirena, tenía atrapados deseos y anhelos que por fin, podrían dirimirse


En este caso una imagen y dos deseos diferentes: al fondo los Infiernos, de los que ya poco me queda contar; y en el primer plano el cresterío del Piedrafita. Este último, es un pico del que pocas referencias he encontrado, poco transitado y uno de esos que por no llegar a 3.000 metros de altura (aunque los ronde con sus 2.959) es ignorado. Es por esta razón por la que le guardo un sitio en el rincón de las rutas pendientes de este valle.


Esta imagen, pese a ser de poca calidad, es muy especial en lo personal: recoge el primer pico que intenté en Pirineos (los Infiernos), con el primer compañero con el que viajé a los mismos. Unos cuantos años han pasado y muchas cosas han cambiado desde aquella lejana primera vez, pero sin embargo nuestra amistad ha permanecido constante. Además, el año pasado estuve sólo en la cumbre, sin poder compartir dicho momento con nadie, y poder hacerlo un año después con David, también tenía su importancia y significación.

En momentos así (y como los que al día siguiente nos esperaban), con amigos como David, recobran sentido aquellas palabras que dejó escritas Gaston Rebuffat: “Hemos tenido la suerte de compartir ascensión con unos compañeros excepcionales, hemos escalado con seguridad montañas magníficas y además, volvemos a casa más como hermanos que como amigos, una vez más, nos despedimos de nuestra montaña, decimos adiós agradecidos a este lugar que tanto nos enseña, que nos deja ver dentro de nosotros mismos como si fuéramos transparentes ¿cabe en algún sitio tanta fortuna?”.



Las Puntas del Pecico, situadas en las inmediaciones de La Gran Facha.



Volviendo al refugio y sufriendo algún calambre en mis muslos (y preocupación en mi foro interno por el hecho); el día, en su tránsito hacia la noche, nos brindó maravillosas estampas de las que dejaré esta, donde la luna hacía aparición entre las pirámides del Campo Plano y el Llena Cantal. Y es que, este pico que no llega a la cota mágica de los 3.000 metros, nunca deja de ilusionarme y regalarme momentos únicos e inigualables.



El día tocaba a su fin, y lo que debiera haber sido una jornada de aproximación y calentamiento, se había convertido en una magnífica jornada de montaña que ya de por sí hubiera justificado el viaje; pero ambos sabíamos, que esto era solamente el calentamiento para la jornada que estaba por venir al día siguiente. Así que, como premio a las cosas bien hechas y al haber subido peso extra en comida en nuestras mochilas, procedimos a dar cuenta en una copiosa cena que nos hizo ser la envidia del resto del refugio.


Tras una noche toledana; en la que por mi mente pasó todo el catálogo de prácticas de tormento de la Inquisición, con el inquilino de la litera de abajo como protagonista; toco levantarse y afrontar el día que tanto había anhelado, el día que subiría (eso esperaba) al Balaitús.


El camino no tiene pérdida, ya que a la salida del refugio, un cartel indica la dirección hacia el Balaitus.


La ruta comienza con fuerte pendiente subiendo por el barranco de Respomuso y siguiendo hitos de piedra por tramos de claro sendero. El camino, que siempre es pendiente arriba, no da nunca un respiro en llano a las piernas.

A medida que se va ganando altura, va apareciendo ante nosotros la muralla que forma la Cresta del Diablo, con su afilado filo cortando el horizonte.


Mientras, el espectáculo que se mostraba ante nuestras espaldas tampoco era digno de desmerecerse.



A una altura aproximada de 2.470 m, aparece el desvío que indica la subida a los Frondiellas, con una flecha indica el giro hacia el oeste para pasar bajo la arista Le Bondidier y enfilar al Norte, penetrando de este modo en la llamada Combe Vallon (ver entrada Primavera en el Valle de Tena II). Pero nosotros, esta vez debíamos seguir rectos el sendero que se dirige a la Brecha de Latour.

Conforme vamos subiendo, va quedando a la derecha la impresionante Cresta del Diablo.


Entre la Cresta del Diablo y el Balaitús, se encuentra otra de las crestas más impresionantes del Pirineo, La Cresta de Costerillou. Entre las agujas de esta arista, hay dos tresmiles siendo uno de ellos (según referencias) uno de los más difíciles técnicamente de todos los del Pirineo: La Torre de Costerillou. 


Adentrarse en este espectacular paraíso de roca, es penetrar en un mundo único donde el rostro es poseído por una amplia sonrisa, donde el espíritu permanece mudo e inmóvil ante la solemnidad de las agujas y torres que nos rodean, ante la salvaje belleza pura e ilimitada de la montaña. Una sensación de humildad e irreversible temporalidad del egocéntrico yo humano, recorre el cuerpo de pies a cabeza.

Una vez más, tomamos conciencia de que la vida es un estado limitado de permanencia en este mundo; de que es un regalo que debe ser exprimido con la alegría y felicidad que merece.
Que si la vida es sueño, o se compone de ellos; no debemos pues renunciar a perseguirlos, porque si lo hiciésemos nos negaríamos a nosotros mismo poder escribir nuestra propia vida, nuestro propio camino.
Porque vivir significa ser libre, elegir tu camino, asumir tus errores, arriesgar ante la duda  siguiendo a lo que tu corazón te pide y dice. Escoger ser el único “yo” que va a haber en la historia y tomar conciencia, de que tu vida únicamente la vas a vivir tu, aunque en estos días las sendas de conducta estén marcadas e instrumentalizadas, y ser auténtico no sea lo “normal”.



Una vista atrás nos muestra el mirador inverso al que tuvimos el día anterior: el Llena Cantal, el Piedrafita, los Infiernos, el Garmo Negro... 


Seguimos subiendo hasta que llegamos a las inmediaciones de la Brecha Latour. Ya es visible a la izquierda la Aguja Cadier (3.022 m), de la que ayer vimos referencias y explicaciones para su subida en el refugio.


Un flanqueo nos permite ver el murallón que baja del Balaitús y que se une a la Aguja Cadier y a los Frondiellas.


Y por fin apareció ante mis ojos: la Brecha Latour y el pequeño glaciar bajo ella.

Por fin estaba ante el paso del que tanto había leído, que tantos momentos de lectura atesoraba. Se caía ante mis ojos ese halo de misterio y curiosidad, que el anhelo y la recreación habían creado en mi mente.

Quizás sea cierto aquello de que  “El alpinismo es un amor que empieza por el sueño”.

Pese a ser verano, el hecho de que fuese un día entre semana hacía que en esta ruta, de la que tenía referencias de muy transitada, estuviésemos tan poca gente que permitía disfrutar de las vistas y pasos como si sólo nosotros estuviésemos.

Descansando en la base de la brecha, nos juntamos con un pequeño grupo. Alguno de sus miembros dudaba de subir por el viento, otros ya lo habían subido o no querían y uno sí quería subir. Así que Angel, el chico que sí quería subir, se unió a nosotros dos para ir al pico.
Cabe señalar que en aquellos momentos, y ante el sobrecogimiento que me provocó la visión de la brecha, y más que nada, las dudas acerca de mi, me planteé qué hacer... ¿seguir? ¿darme media vuelta? Y si me daba la vuelta... ¿qué le iba a decir a David? ¿cómo se iba a sentir?

Finalmente, quizás debí pensar en aquella frase de Friedrich Schiller que leí hace tiempo: “Aquello que se desdeña en un instante no vuelve a presentarse en toda una eternidad”. O puede, que simplemente confiase en mí, y aparcase mis lastres y dudas, concediéndome la oportunidad de hacer realidad lo que un día me atreví a soñar; afrontando eso sí, la incertidumbre del resultado, de si estaría a la altura de la ruta y, lo que es más importante, a la altura de la confianza de mis compañeros, especialmente de David. Recalco esto último, porque haciendo mías las palabras del francés Patrick Gabarrou: Únicamente quiero vivir la montaña compartiéndola con los amigos que amo, para compartir la belleza del mundo, el esfuerzo, una voluntad común”.

Dicho esto comenzamos la ascensión de la brecha.





Para superar el primer tramo de la brecha, hay que hacer varias trepadas de II-III grado (según referencias) para pasar unos tramos con grandes bloques de piedra. Hay puestas unas cuerdas a lo largo de toda la chimenea, pero no se encuentran en muy buen estado, por lo que más que nada se pueden usar como apoyo. Así mismo, hay que tener mucho cuidado con las piedras que caen, algo que el pobre David comprobó al intentar ayudarme en un paso.




Selfie coñero de: “¿y yo qué coño hago aquí?” o de “ay como me viese mi madre...” 




Después de esas trepadas, por debajo del famoso gran bloque empotrado que queda arriba, se llega a la zona de clavijas. Las primeras están muy altas y no se llega bien, ya están colocadas para el invierno cuando la nieve cubre la brecha. Trepando unos metros más, ya se alcanzan las clavijas cómodamente, y apoyándote en ellas se llega al final de la brecha.

De las clavijas, a la salida final, no hice fotos, ya que la tensión, la concentración y las ganas de salir a la arista cimera eran superiores a las ganas de fotografiar el paso.

Desde la salida de la brecha pudimos observar la cumbre del Balaitus con claridad por primera vez.


A nuestros pies veíamos el glaciar de la brecha.


Así como el desnivel salvado.


Pero lo más cautivador era mirar hacia el despejado horizonte que nos quedaba al oeste. Desde un mirador excepcional teníamos ante nosotros el Arriel, un poco más atrás el Midi, el Pico Palas, el Anayet... Una infinidad de picos que veía por primera vez desde esta perspectiva, y un sin fin de sueños que se abrían ante nosotros. Porque como dejó escrito Miriam García, “que nunca falte una montaña en tus sueños”


Atrás quedaba el cresterío de los Aguja Cadier y a los Frondiellas, desde el cual habíamos visto la cumbre esa misma primavera.


Llegados a este punto y ya sorteada la máxima dificultad, solo nos restaba recorrer el tramo de descompuesta arista que nos separaba de la ya tan cercana cima. 


El terreno se recorría sin dificultad pese a tener que hacer algunas pequeñas trepadas.




Pasadas las trepadas de la arista, se llega al tramo final donde ya se observa el trípode instalado en la cima.


Fue en este punto donde los pensamientos y sensaciones fueron más intensos; más nostálgicos; más emotivos. La contemplación del final de un largo camino con el que llevaba soñando largos años; el fin de un bonito proyecto que me había hecho ocupar largas horas de lectura, contemplación y anhelos. El punto final de un viaje que me había hecho descubrir increíbles puertos previos.

La contemplación del trípode, y de mis compañeros ya en él, me hizo reflexionar sobre lo que habían supuesto estos años de esfuerzos, de preparación y ensoñación en las montañas. Como me han transformado; me han hecho crecer como ser humano; me han descubierto una realidad y posibilidades de mi yo que desconocía.
Por un breve momento pasaron por mi cabeza todo lo que he visto, aprendido y olvidado en las montañas; todos los amigos con los que, de una u otra forma, he compartido los pequeños momentos de eternidad que la pasión por esta bendita locura nos brinda. En resumen, todo aquello que forma un cúmulo de experiencias inolvidables, esenciales que consiguen dar un poco de sentido a la vida.

Y así, viendo a mis compañeros ya en la cumbre, decidí ralentizar el paso. Un intento de saborear los momentos finales, intentando hacerlos largos como los días y años,  que había pasado recreando el momento que estaba viviendo.


Y por fin, la línea del horizonte apareció ante mis ojos, como si llegase a la última frontera antes del más allá, a la antesala del cielo en la Tierra.

Un trípode con unos banderines de oración tibetanos indicaban que ese era el punto, acababa de llegar al Balaitus.


“Libérame cumbre de pensar que llegué a lo más alto” (Banira Giri)


Desconozco lo que sintieron los dos geodésicos franceses muchos años atrás, al llegar a este punto. Lo que sí puedo imaginar es la alegría infinita que, con seguridad, les llenó el alma. Porque, por encima de cualquier cosa, “lo más deseado de buscar allá arriba, no es el orgullo ni la gloria, sino la belleza y la alegría”.


Contemplando el salvaje y maravilloso paisaje de cumbres que nos rodeaba, no había nada que pudiese decir. Una amplia sonrisa irradiaba mi cara,  inmóvil ante la belleza infinita y pura que me rodeaba. Quedé transparente, desnudo ante la sensación de humildad que me provocaba ver el mundo desde esta posición. Aceptar nuestra temporalidad con la inocencia y sencillez que hace al ser humano capaz de dar lo mejor de sí mismo. Ver en definitiva, que el ser humano no es ni de lejos el centro de la creación. 


El Sentimiento de la Montaña, junto al amor y la amistad, es lo más enriquecedor que nos puede suceder en la vida” (Sebastián Álvaro).


Como siempre,  en el recuerdo estuvieron muchos amigos, así como Anabel, con los que me hubiese gustado compartir estos momentos.
La montaña, ha cruzado en mi vida muchas almas nobles con las que merece la pena compartir caminos vitales, siempre llenos de alegría y esfuerzo compartido. Quizás por ello, siempre que subo a algún pico, deje un hueco vacío en el corazón en memoria y recuerdo de ellos.

 

En recuerdo de la ascensión hecha y los esfuerzos compartidos, nos sacamos una foto de recuerdo con Angel. Esta cumbre nos unió a los tres en una misma voluntad, en un mismo anhelo compartido. No le conocíamos de antes, pero los tres compartíamos un mismo credo: la pasión por la montaña.

 .

En la cumbre el viento soplaba con mucha fuerza. Parecía como si Eolo, dios griego del viento,  castigara nuestra osadía de pisar la cumbre mandando a sus hijos Céfiro (viento del oeste) y Euro (viento del este), a ahuyentarnos.

No estuvimos mucho tiempo disfrutando de la cumbre, por lo que después de una foto que atestiguara la fuerza del viento, procedimos a emprender la bajada.


La bajada la haríamos por la Gran Diagonal, el camino más sencillo para subir a la cima en verano aunque muy peligroso en invierno.
Desde la cima,  se caminan unos metros por la arista norte, para coger  una chimenea que desciende a mano izquierda.





Bajamos por la chimenea, con algún paso de II+ hasta la Gran Diagonal propiamente dicha, una repisa que desciende por la cara oeste del Balaitus desde territorio francés hasta la parte española.


 

La Gran Diagonal está señalizada con hitos y no presenta dificultad, salvo ser muy aérea y por la exposición a la caída de piedras. En la parte alta discurre por una cornisa amplia con algún tramo más estrecho. 



Impresionante vista que nos acompaña durante la bajada: el Pico Arriel y los Ibones de mismo nombre.



Aunque la roca está muy suelta, lo cual hace que el camino sea un tanto penoso, y se baja sin problema. Hay que señalar, que el camino está señalado con hitos.












Al bajar, el camino se ensancha para acabar en una bajada final empinada hasta la cueva-abrigo André Michaud, una cueva convertida en refugio con capacidad para 6-8 personas. Este punto, señala el final de la Gran Diagonal.



Desde la cueva seguimos el sendero que desciende por el Ibón Chelau o Helado (según referencia). Durante el camino de bajada, tenemos unas magníficas vistas del recorrido hecho por esta vertiente del Balaitus.




Durante este trayecto se disfruta de una maravillosa vista del exiguo glaciar de los Frondiellas, situado en su cara Norte.


Del Ibón Chelau o Helado, tomaremos el sendero que se dirige hasta los Ibones de Arriel, dejando ya nuestras espaldas el recuerdo del Balaitus


Cuando llegamos al Ibón de Arriel Alto seguimos por la izquierda, bordeándolo y siguiendo hitos. Poco a poco el sendero se hace más evidente y se acaba rodeando el Ibón de Arriel Bajo.

Durante este trayecto, el imponente Pico Arriel domina todas las posibles visuales. Cual sirena en el mar, su llamada nos cautiva y atrapa, pero ese encantamiento quedará pendiente para otra ocasión y será otra historia.


En  el Ibón de Arriel Bajo, se divide el sendero. Por la izquierda, el sendero bordea los picos de Frondella para regresar al refugio de Respomuso. Por la derecha, bajando por del barranco de Arriel, el sendero enlaza con el GR-11 para volver al embalse de la Sarra

Esa última opción fue la que elegimos para volver al punto de inicio del día anterior y poner punto final a la historia.


De nuevo en el valle del río Aguas Limpias.


Y así, recorriendo de nuevo el valle y con unas cervezas al llegar a la Sarra, concluyo la historia del Balaitus.

De vuelta a casa, reflexioné mucho sobre el vacio que dejaba el hecho de haber realizado esta ascensión.  Había logrado poner fin a un largo viaje, a un camino de años. Pero como si de Itaca se tratase, me sentía enriquecido más por cuanto había ganado durante el camino que por la cumbre en sí. Por encima de todo, en ese momento, lo único que me preocupaba era si encontraría otro Balaitus, otra Ítaca hacia la que emprender viaje.

Viendo desparecer por el espejo retrovisor las montañas del Pirineo, pasó por mi memoria una frase de Sebastián Álvaro. Palabras que me sacaron de dudas, ya que resumen el ideario que un día, me llevo a intentar cumplir viejos sueños que cambiaron para siempre mi vida:
 “Las pasiones se mueven en el ámbito del espíritu, de los deseos imposibles, es decir, de aquellos que estamos obligados a perseguir mientras vivamos“.